AQUELARRE
Bienvenidas, mujeres de todas las tribus, de la costa, la montaña y el llano. Yo soy Imborg, la guerrera, la tormenta, mensajera de los dioses y caudilla de la Confederación. Sin embargo, hoy, cuando la Luna despierta al Sol de su letargo invernal, no os hablo por mi boca: os convoco en nombre de la Tierra, pues así, las antepasadas que os habitan reconocerán en la mía su voz.
¡Oh Soberana! Te saludo, Madre naturaleza, que nos das los alimentos necesarios para vivir y nos acoges en tu seno, cuando se retira el espíritu. Todo cuanto das recae dentro de ti, con razón eres llamada Madre Grande de los dioses, sin la cual nada nace, madura ni se transforma.
Hasta Ella se ha acercado a nuestro círculo, pero no para conceder nuestros deseos, como hace cada año en este día. Viene atraída por las palabras que serán dichas, pues su reino peligro, si no contenemos la avalancha, si no somos capaces de frenar la marea. ¿No oís el lamento premuroso, inquieto, de sus pasos, su aliento tras la nuca, empujando, advirtiendo que no nos queda tiempo?
Diosa que me diste la sabiduría, sagrado tejo donde anidan los cuervos que portearán mi carne, transformándola en sustancia eterna, vuestra es la fuerza de mis palabras. Por tus raíces que emergen y se nutren de la tierra, por el agua que te fluye dentro, por el viento que mece tus hojas y las ramas que te elevan al cielo infinito, tú eres, árbol de la muerte, la esencia del mundo, la prueba manifiesta del ciclo de la vida. Las historias no contadas no existen, por eso, tú escucharás la nuestra y prenderemos en tu tronco los recuerdos, para que pervivan, y alimente el futuro nuestra esperanza.
Al principio de los tiempos, la Nada estaba formada por minúsculas partículas de materia, que eran parte y todo, pues siendo una misma cosa, no podían dividirse. Entonces, la Tierra las unió en su vientre y les dio nombre y desde entonces se funden y separan y son cuerpos con alma o almas sin cuerpo, girando sin detenerse, hoy animal, mañana árbol, ayer viento. Así, la Madre es serpiente, paloma, vaca, gata, pero también el espino, la acacia, la manzana... y como tal ha de ser venerada. Fecundas, las mujeres, cada una fundó un clan y los clanes se unieron en tribus y estas en pueblos y se repartieron el territorio con sus dones.
¡Diosa! Invoco tu divinidad, anciana venerable, poder universal que nutre cuanto existe... De ti proviene el dar la vida, así como arrebatarla para engendrarla de nuevo, regenerándola cada vez. Feliz quien te honra, pues tú, benévola, le concederás abundancia... Has sido madre pródiga y en justicia te adoramos: propiciaste la caza; en los cuencos se amontona la fruta, las flores adornan nuestro pelo, impregnándose del olor de la vida. Hemos visitado al roble, y recogido al amanecer el agua en sus huecos. Con ella nos hemos lavado, y nos hemos purificado bebiendo el zumo de sus brotes, pues él es el más fuerte, más grande y más longevo de tus hijos.
Las hogueras alumbran la noche más corta, para que sea un solo día el que vivamos. Así rendimos culto, con su luz, al dios hermano, pues él nos libra de la oscuridad y el hielo, y, reencarnado en el fuego, fabrica nuestras armas, cocina alimentos y calienta nuestros cuerpos. Cuando nuestros espíritus se liberen de su ropaje sólido, nos espera el silencio de la noche, ser crepitar de llama, sueño en la memoria, estrella en el firmamento... pues parte somos de la sustancia eterna y su misma esencia. Mirad, como nos observan y nos iluminan quienes nos precedieron.
Y, pues sólo somos formas de una misma fuerza, al igual que el cielo, todo lo que nos rodea es sagrado. La hoja resplandeciente, la niebla dentro del bosque, el claro en la arboleda y el zumbido del insecto, son nuestra memoria. Somos un pedazo de esta tierra, estamos hechas de una parte de ella. La flor perfumada, la cierva, la yegua, el lobo, el buitre, son hermanos nuestros. Las rocas de las cumbres, el jugo de la hierba fresca, el calor de la piel del potro, nuestra familia. El agua de nuestros ríos y arroyos no es sólo agua, sino la sangre de nuestros antepasados y su murmullo narra los hechos de la vida de mi pueblo. El susurro del viento es la voz de la madre de mi madre.
Pero hoy, Aquella que es la más grande ha caído en desgracia y sus hijas con ella. Vengo a deciros en su nombre que debemos seguir luchando o todo terminará para nosotras. La sombra del águila se cierne por encima de nuestras cabezas, los viejos se equivocaban... Son tiempos difíciles, pronto no quedará nadie que hable nuestra lengua, nadie conocerá el nombre de las fuentes ni el de las montañas, ni recordará nuestra heroica defensa, sagrada diosa Tierra.
En tu nombre nos unimos, éramos valientes y numerosos, mujeres y hombres armados hasta los dientes, sin temor a la muerte, pues sólo es el inicio de la vida. Fortificamos los pasos de montaña y los poblados, pero consiguieron atravesarlos con sus legiones, y tuvimos que abandonarlos y el bosque se convirtió en nuestro refugio.
Pasábamos las noches en silencio, agazapados, escondidos, preparando emboscadas, atacando al amanecer, cuando el fuego de sus campamentos se apagaba y el aliento de la diosa nos hacía invisibles. No dejamos de hostigarlos, conocedores de los escondrijos de la tierra: éramos topos, hurones, murciélagos... No se atrevían a seguirnos, desconfiaban de los árboles y los animales, de las sombras y los recodos de los caminos. Olíamos su miedo casi a la vez que percibíamos el sonido de sus muchos amuletos sobre el pecho de bronce.
Pero han convocado a los demonios en su ayuda y arrasan todo lo que encuentran, profanando la morada de los dioses, nuestro santuario, nuestras costumbres. Han cortado todas las manos que pueden empuñar un arma. Nos bajaron al llano y nos encerraron, como ovejas en redil, prohibiéndonos salir y matándonos si lo hacíamos. Las tierras fueron entregadas a nuevos dueños, somos esclavos en nuestro propio hogar. Nos raptan y nos llevan a sus campamentos, saciando su hambre y su odio con nosotras. Todas las que estamos aquí esta noche hemos huido de sus garras de una forma u otra y, escondidas en estas cuevas, pensábamos que, por no verles, desaparecerían. Pero han seguido nuestro rastro o nos han delatado ¡qué importa! Se acercan y no cabe seguir huyendo. Esta noche la luna está llena y su vientre alumbrará en breve un nuevo día. Bailad y bebed, disfrutad de la fiesta, pues mañana cubriremos la piel con pinturas de guerra y acudiremos alegres a enfrentarnos con nuestro destino. ¡Madre Tierra! Protege nuestro mundo.
Guardaos vuestras lágrimas. La Gran Diosa habla por mi boca y os promete, yo os prometo, que un lejano atardecer, después de muchas lunas, una tal como hoy, volveremos a vernos bajo este tejo, invocadas por otras mujeres, apenas distintas a nosotras. Por Su voluntad, una boca rescatará las palabras prendidas en la corteza, y, al pronunciarlas, nuestros espíritus emergerán del olvido. Cumpliremos, entonces, nuestro plazo y, reanudando el círculo infinito, habitaremos en ellas.
¿No sentís, comadres, su presencia?
Pilar Sánchez Vicente, 23 de Xunu de 2006