TRÉBOL Y VERBENA
Esta es una noche santa, que no significa más que distinta, especial, una noche femenina, un tiempo nocturno de mujer, pese a estar presidida por un esenio que era también un apartado, un hombre peculiar, que según la tradición murió degollado por capricho de una princesa, Salomé, desdichada y cubierta de infamia por los siglos de los siglos. Pero las leyendas, en las que el mal, lo nocivo, lo tenebroso es femenino son las más comunes y también muy sospechosas. Por lo que se refiere a ésta, quiero suponer que esa joven estaba enamorada del Bautista y que el rijoso Herodes, tío suyo y amante de su madre, vivía desesperado y celoso porque ella rechazase sus untuosas maneras y obsequios y amara, en cambio, a aquel salvaje del desierto. Por eso, durante la fiesta de cumpleaños del rey, en que se vio obligada a amenizar la gran cuchipanda palaciega con su baile, para complacerlo a él y a sus invitados, danzaría con el corazón encogido, como si sus pies pisaran afilados cuchillos de hoja quemante, sabiendo que su amor se hallaba preso en una de las mazmorras del palacio, pero sin sospechar la tragedia que se avecinaba, cuando, en la peor de las bromas macabras, tras los aplausos y el entusiasmo, el monarca le dice que su gracia y pericia de bailarina merecen un premio memorable. Haría él a continuación un gesto con la mano y al punto aparecería en la estancia un esclavo con el regalo para Salomé, su querida sobrina y princesa de Judea: la cabeza de Yokanaán servida en una bandeja. Ella echaría a correr, envuelta en sus velos y descalza, y sería castigada. Según se cuenta, murió poco después patinando en un lago helado a la luz de la luna de invierno, cuyas aguas congeladas se abrieron en dos haciendo que se hundiera, para cerrarse a continuación en torno a su garganta, seccionándole el cuello que quedó separado de su cabeza que ella no quiso adornar con collares ni diademas de reina.
Hoy quiero recordarla y lavar su memoria, esta tarde, en vísperas de esta noche tan de mujer, tan nuestra, porque la noche es femenina lo mismo que la luna y Hécate que la gobierna, y las hojas del trébol y las llamas y las luces nocturnas y las hogueras y el agua y las meigas y xanas y la mar del conde Olinos y las brujas, esas mujeres infamadas, escarnecidas por ser solitarias, apartadas, diferentes, es decir santas, y no someterse a ley de los varones. A todas ellas las convocamos para pedirles cada una de las presentes un deseo y rogarles en esta hora de magia que nos ayuden a estar en guardia para no permitirnos, en un instante de debilidad, despiste o simple bobería, aguantar ni un gesto de violencia ni de desprecio contra nosotras, porque la tolerancia de una sola mueca o de un silencio desdeñoso es la puerta de entrar en nuestras existencias de la violencia criminal que está asesinando a diario en todas partes a nuestras comadres, madres, hijas o hermanas.
Y, ahora, un segundo de silencio para las peticiones secretas y particulares y, después, el aplauso más cálido y amoroso para Sara y todas las luchadoras que están aquí, que sentimos muy próximas, queriéndonos, confortándonos, marcándonos caminos, dándonos ejemplo de vida, aunque no las veamos con los ojos de la cara.
Feliz noche de Salomé y que encontréis y os encuentren las hojas del trébol y la flor de la verbena.
Carmen Gómez Ojea, 23 de Junio de 2005