TERTULIA FEMINISTA LES COMADRES

Ana Mª Pérez del Campo (Comadre de Oro 1995)

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COMADREAR CON LES COMADRES DE XIXÓN

Allá cuando yo nací (por cierto, bajo el signo de Tauro) en un barrio burgués del Madrid de 1936, las cosas en España no marchaban nada bien, el país se preparaba para entrar en una guerra, que de un bando llamaron con toda propiedad de facciosos militares y del otro de la Santa Cruzada. Como ganaron los militares, que por defender la tradición imponían las "virtudes" de la mujer en casa y la pata quebrada, fue luego ésta la moral oficial de la dictadura en que paró la victoria militar; y a mí, y a todas las de mi generación, nos tocó educarnos en aquellas terribles modas, presagio de futuros lodos de los que más tarde, y con el esfuerzo de todas, habríamos de salir.

Colegio de monjas, como no podía ser menos, y el saber de la casa convertido en especialidad para entrar después, en 1956, al matrimonio.

Seguramente que conmigo, durante mi niñez, estuvieron muchas otras escolares que en casa y en la clase se rebelarían con sentido crítico contra su situación, sin comprender, lo mismo que yo, que la causa de nuestro infortunio se habría de llamar, con el paso del tiempo, injusticia y discriminación por el hecho de ser mujer.

¿Cuántas fuimos las que, una vez casadas, no pudimos encajar lo que de nosotras se esperaba en el matrimonio por parte de nuestras familias y de la sociedad? Yo me separé antes de llegar al quinto año y sin esperar a que naciera la tercera de mis hijos (que como la primera fue mujer); otras darían también el paso hoy corriente, pero entonces atrevido, de romper el matrimonio constituido por la Santa Madre Iglesia; y lo harían por fuerza ante aquellos tribunales de la Curia Eclesial. Por tanto bajo el signo de la culpabilidad, por no haber en aquel tiempo mutuos acuerdos, ni divorcios, ni tal que lo vio.

Seguramente se nos despertaría entonces a la plena conciencia lo que hasta allí sólo era una sensación: la genérica desigualdad de la mujer. El paso por la justicia eclesiástica en los pleitos de separación fue para nosotras aleccionador. Nueve años duró el mío; hubo otros que duraron más...

En 1973, con otras doce mujeres en la misma situación, hicimos la asociación de Mujeres Separadas que posteriormente, y ya bajo la Ley del Divorcio y el régimen democrático, germinaría en las Asociaciones de Mujeres Separadas y Divorciadas.

Por otra parte estaba el Movimiento Feminista, con su incidencia briosa en el debate político y la lucha social de tránsito a la democracia. Nosotras nos enrolamos en sus filas el año 74. Creíamos que la liberación de la mujer debía estar necesariamente vinculada en política a una determinada ideología; más tarde algunas comprendimos la ingenuidad de esta presunción: sólo la constatación de cada día permitiría ver que cualquier ideología es absorbida por el poder masculino y no se puede prestar a combatir con efectividad la desigualdad de los sexos. Desigualdad que favorece a los hombres por ostentar ellos el poder.

Han pasado los años y en la lucha no nos hemos limitado sólo a reivindicar los derechos de igualdad, sino que hemos intentado demostrar cómo tal principio en la práctica se podría hacer realidad. Así hemos puesto en marcha la atención y el apoyo, siempre desde el punto de vista feminista, de programas para mujeres y niñas/os víctimas de la violencia en la familia, el gabinete de información jurídico-feminista sobre los derechos de las mujeres, la creación de grupos de debate sobre las llamadas funciones específicas de la mujer, la maternidad, la feminidad, la reproducción, el trabajo del ama de casa, etc., etc.

Y he aquí que, cuando afanosamente nos encontrábamos metidas en semejantes complicaciones, nos vimos sorprendidas por la agradable noticia de que la entrañable Tertulia Feminista les Comadres de Xixón me habían designado Comadre de Oro 1995.

Seguramente que en Xixón no saben las mujeres de qué me ha servido a mí la gentileza de este premio. Os lo voy a contar:

Cuando llego a casa, después del trabajo imparable en la Asociación y del jaleo madrileño, y llego a lo mejor malhumorada por lo que debí y no pude hacer, o lo que sin querer me vi obligada a hacer, paso a la estancia de mi apartamento, me voy a mi cuarto -que es donde está el galardón- me planto delante de él y me siento a formar tertulia con las figurillas de las tres comadres y la niña. Y como la premiada del 95 me desahogo diciéndoles: ...¿Cómo se puede soportar...?

Y les cuento mis cuitas, y después de comadrar un rato vuelvo a la estancia a rematar el día, ver las noticias o atender las llamadas del machacón teléfono. Y así hasta el siguiente día, que lo puedo soportar gracias a que, al llegar la noche, comadreo con las queridas Comadres de Xixón.

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