Cuando en 1987 la Tertulia Feminista Les Comadres me nombró "Comadre de Oro" sentí, como en otras ocasiones y con otros premios, que la solidaridad entre mujeres era un hecho y que el trabajo realizado durante tantos años, recorriendo el mundo de un lado a otro para denunciar las condiciones de opresión de la mujer, se había convertido en un espejo al que se miraban muchas mujeres. Por fin aquel trabajo tan duro y solitario, tan contracorriente de llevar el feminismo a Televisión, se había transformado en un entrañable hilo de comunicación con todas las mujeres de España y, posteriormente, de América Latina. Y pude percibir que muchas se sentían, aunque fuera simbólicamente, comadres mías, siendo las gijonesas quienes materializaron la idea eligiéndome como tal, es decir, como esa amiga o esa vecina con la que se tiene más trato y confianza.